top of page

SEMANA SANTA TINERFEÑA

  • Francisco-M. González
  • 25 mar 2018
  • 3 Min. de lectura

Sucede que a fuerza de emplear un término se nos olvida su significado. Nos pasa en esta sociedad globalizada que para enmarcar a todos en el mismo cuadro nos olvidamos del ebanista que lo diseñó. Por eso, no hay mayor innovación que recordar las raíces de nuestro lenguaje. Hoy, precisamente quería hablarles de esta semana, en concreto, de la Semana Santa en Tenerife.

Si en estos días, alguien entra en Internet y busca “Semana Santa en Tenerife”, le salen infinidad de ofertas de viajes, hoteles y lugares de ocio, para pasar esta semana de vacaciones en nuestra Isla. No es de extrañar, dado el privilegiado clima que tenemos y la belleza de nuestro entorno: unas playas magníficas, en las que luce un sol esplendoroso, el Teide cubierto de nieve, siempre majestuoso e impresionante. ¡Es una gracia de Dios! y si la ocupación hotelera es completa, mejor todavía.

Este jolgorio necesario del descanso acontece al mismo tiempo que el origen que ocasiona estos días libres. Me refiero a los actos de culto propios de Semana Santa y a participar o contemplar magníficas y solemnes procesiones.

Estas festividades tienen en nuestra tierra una profunda raigambre. Se celebran en todos los pueblos de la isla de manera distinta según su carácter y sus tradiciones; aunque, como se sabe, con mayor arraigo y esplendor en La Laguna -una de las manifestaciones religiosas y culturales con más tradición del Archipiélago-, La Orotava – donde destaca su profundo fervor religioso y gran calidad artística de sus imágenes-, Santa Cruz (capital),- que año tras año, va recobrando la devoción y majestuosidad de antes-, Garachico, Los Realejos… Si bien en todos esos lugares coincide el esplendor, el fervor y la piedad, que a mi modo de ver, es lo típico o distintivo de la Semana Santa Tinerfeña.

En Semana Santa, los cristianos celebramos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo Nuestro Señor. Este misterio de Dios hecho Hombre que se entrega al sufrimiento y a la muerte en la cruz por todos nosotros (cristianos y no cristianos) por todos los hombres y mujeres. “¡Por todos! Nadie está excluido de su amor y su perdón. Ni siquiera Pedro que le negó tres veces, ni Judas que le traicionó, ni los que le condenaron a muerte, ni los que le crucificaron…Ni siquiera tú y yo –que a veces nos portamos como ellos- somos rechazados por Cristo”, nos dice don Bernardo, obispo de nuestra Diócesis, en su última carta. A la vez que nos recuerda, que en medio de solemnes celebraciones, vistosos desfiles procesionales y de la magnificencia de los monumentos, que tengamos muy presente en nuestro corazón, la razón de todos estos actos y manifestaciones religiosas.

Pero esta historia de traiciones, muerte, dolor y duelo tiene un final feliz… El mejor de los finales: La Resurrección del Señor. Una fuente de gozo, alegría y esperanza para todos. A mí me impresiona y apasiona la Vigilia Pascual. Pero la rica e intensa liturgia de estos días, no puede quedar en un recuerdo pasajero, propio de una época del año, que incluso ha podido motivar unos sentimientos sublimes y unos propósitos maravillosos e irrealizables.

Este “momento épico” – término del momento que empleamos para todo- ha de llevarse a nuestro regir ordinario. Para tal fin, primero tenemos que llevarlo a nuestras casas: los cristianos casados debemos ser ejemplares en el amor a nuestro cónyuge, es lo que Dios nos pide; a los hijos, desde muy pequeños, hay que educarles en virtudes humanas (sinceridad, espíritu de servicio, generosidad…), y en la doctrina cristiana, sin ser cargantes, sobre todo darles ejemplo; “hablar más a Dios de los hijos que a los hijos de Dios”; y cuando van siendo mayores hay que respetar su libertad, con la esperanza de que nunca van olvidar el ejemplo y la coherencia de sus padres, que trataban de vivir lo que les decían.

Lleva también a Cristo, a nuestros amigos, colegas, conocidos; en definitiva, a todo tipo de personas con que nos relacionamos: al del taller, al de la oficina, al del quiosco o al del bar; respetando siempre la libertad de cada uno.

Si logramos poner a Cristo en la cumbre de todas las realidades humanas, haremos un mundo más justo, más humano y más solidario. Termino con el último párrafo de la carta de nuestro Sr. Obispo. “Pidamos a Dios que nos ayude a vivir estos días con hondura, a beber más profundamente en este manantial de vida y gracia que es Cristo”. ¡Muy feliz Pascua de Resurrección!


Comentarios


Archivo
bottom of page